Arqueología forense, la nueva disciplina que nos permite leer en los huesos

Anatomía artística, usada en ocasiones por la arqueología forense para ilustrar movimientos en individuos del pasado.

En el trabajo de campo, dependiendo del tipo de enterramiento, época, ajuar y posturas anatómicas, el individuo proporcionará información determinada sobre la comunidad a la que pertenece. En el laboratorio es donde podremos conocer algo más del individuo en sí, atendiendo a su edad, sexo y altura.

Gracias a los avances tecnológicos aplicados a la antropología física, su uso en arqueología es crucial. Podemos conocer qué rostro tenían, qué enfermedades padecían o cual era su labor dentro de la comunidad.

En el siglo XX se comenzaron las primeras aplicaciones tecnológicas en arqueología, a manos de Howard Carter y la momia Tutmosis IV. Se sometió a una radiografía clandestinamente en el hospital de maternidad de El Cairo (el único que poseía este aparato). Pero no es el único caso, a la momia de Ramsés II se le aplicó otro método de observación no destructivo llamado xerorradiografía, al utilizarlo sobre el cráneo, se pudo ver un hueso diminuto que pertenecía a un animal insertado en la nariz del faraón para sostenerla. Las momias han sido las que más estudios antropológicos han sufrido, dada la conservación del esqueleto y en algunos casos de tejidos blandos.

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Reconstrucción facial de la momia de Tutankhamón.

Si queremos conocer qué salud poseían nuestros antepasados, en algunas enfermedades es posible averiguarlo. La paleopatología se encarga de esto, y no es tarea fácil ya que los tejidos blandos no se conservan en la mayoría de los casos y no todas las patologías afectan a los huesos. Las afecciones más susceptibles de marcar el hueso son las relacionadas con articulaciones, como la artrosis o por accidentes (traumas) que haya sufrido el individuo en vida. Las heridas de guerra son muy determinantes a la hora de identificar un individuo, como el caso de Filipo II que podría haber sufrido anquilosis masiva provocada por una herida de lanza, de dónde le vendría su sufrida cojera (consulta nuestro post sobre la polémica del nuevo descubrimiento de Filipo II).

También hay casos característicos de enfermedades que sí dejan huella en el registro óseo, como la lepra, la sífilis y la tuberculosis. Por ejemplo, la tuberculosis deja un rastro muy característico, denominado el mal de Pott  (contracción de la columna vertebral).

Pott

Individuo que padece el mal de Pott

Por otra parte están las variaciones anatómicas, que a veces están causadas por motivos culturales. Si viajamos a Sudamérica es muy común encontrarnos entre las élites prehispánicas cráneos alterados morfológicamente o decoraciones tales como un embellecimiento dentario en Bonampak (México) hecho con jade.

Ya conocemos qué sexo, altura, edad y posibles patologías u ornamentos posee nuestro individuo. Ahora toca conocer qué hacía en su día a día y si esto está registrado en los huesos: los marcadores de estrés. Si en la actualidad padecemos dolores por repetir la misma postura o actividad repetidamente, antes era igual. Por ejemplo, el transportar cargas pesadas con el propio cuerpo acarrea una curvatura o lumbago pronunciado en la columna. O como los arqueros, que adquieren modificaciones en el hombro debido a la dinámica de su movimiento.

Como hemos mencionado, las aplicaciones de la antropología física son innumerables, y facilita información tanto a nivel individual como a una comunidad en general. Además de los estudios de ADNa, existen rasgos anatómicos que se identifican con las diferentes etnias del mundo y que gracias a esto se pueden realizar estudios paleodemográficos para conocer movimientos y orígenes de población. A esta vertiente de la antropología se la denomina epigenética.

El ser humano por lo general siente la tendencia de normalizar cualquier aspecto al que se enfrente. Esa acción de normalizar se interpreta como establecer un parámetro común y asignarlo como norma, por ejemplo, “es normal encontrarse arena en la playa”. ¿Lo es?

Para la arqueología forense la palabra “normal” está fuera del diccionario. No hay dos individuos iguales. Y por ello la problemática suscitada por esto no es ni mucho menos normal. El arqueólogo forense debe tener en cuenta que existen límites entre la variabilidad esquelética y la patológica. Al no existir normalidad, ¿cuándo se considera que un hueso está afectado por una enfermedad o ha de entenderse simplemente como una variación en su esqueleto? Algunas convenciones como XIII Congreso Nacional de Paleopatología que se celebrará en Écija el próximo octubre, abordan la necesidad de establecer parámetros orientativos para facilitar en cierta medida el diagnóstico final. Pero también son conscientes de que es una propuesta difícil de solucionar.

A pesar de que los huesos generen problemáticas entre sus investigadores, siempre debemos tener presente que es lo más cercano que poseemos a conocer al ciudadano que paseaba por las calles de Roma, que luchaba en la Reconquista o que trabajaba en las labores domésticas del Medievo. Y, por ello, requieren especial respeto al trabajar con ellos.

Al fin y al cabo, las grandes civilizaciones y las no tan grandes, están formadas por personas individuales, y si a éstas no las estudiamos correctamente… ¿para qué preocuparnos por conocer su contexto?

Somos algo más que huesos…

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